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Ecosistemas zero-sum-game: que empiecen los juegos del hambre
Los ecosistemas de startups a nivel global se comportan como un zero-sum-game: un país gana, el otro pierde; una ciudad gana, la otra pierde. En definitiva, un ecosistema gana porque el otro pierde. Hablamos de startups, scaleups, unicornios, y el talento que trabaja en ellas, que deciden aportar valor en un ecosistema y no en otro.
Por ejemplo, si una startup decide instalar su headquarter en la aceleradora e incubadora valenciana Lanzadera, propiedad del dueño de Mercadona Juan Roig, no se instala en Canarias ni en ningún otro hub.
Esto tiene un efecto secundario, que no poco trivial, ya que los business angels, fondos de capital riesgo, family office y resto de inversores, dedicarán sus esfuerzos buscando oportunidades de inversión principalmente en estos hubs, cerrando así el círculo virtuoso que ayuda a las empresas de base tecnológica a crecer, sobrevivir, generar valor, riqueza, así como empleo de calidad y larga duración. Algunos de los valientes emprendedores que tras esta larga travesía en el desierto consiguen un exit, invertirán parte de sus ganancias en nuevos proyectos empresariales que muy probablemente, salgan de estos hubs con más recursos, y así es como los ecosistemas con más tracción se van retroalimentando y ganando más magnetismo y fuerza en detrimento de otros.
Y no lo digo yo, así lo evidencian consultoras especialistas en la materia como StartupBlink, que analiza los ecosistemas de emprendimiento de más de 1.000 ciudades y 100 países de todo el mundo. La consultora israelí, con la que tuve el placer de colaborar, posiciona a España en el puesto 16 a nivel mundial, mientras que los principales hubs en Canarias como son Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, obtuvieron las posiciones 7 y 8 respectivamente a nivel nacional bajando ambas 2 posiciones frente al año anterior. Y claro, para que Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife bajen de ranking, otros tienen que subir, como lo han hecho Málaga o Sevilla, avanzando a pasos firmes para competir con gigantes como Madrid, Barcelona o Valencia.
En la estrategia de no perder este tren y con el objetivo de posicionarse como hubs referentes del ecosistema para empresas de base tecnológica y nómadas digitales, las 52 provincias españolas movilizan ingentes cantidades de dinero público buscando diversificar su modelo productivo y virar hacia una economía del conocimiento, mientras se intenta reducir la dependencia del sector turismo.
Por ejemplo, Andalucía recientemente lanzó un plan para captar nómadas digitales por valor de 950.000 euros, Canarias va a destinar una inversión de 500.000 euros y el Principado de Asturias 260.000 euros, y así podría continuar por casi todas las provincias españolas. El argumento es sólido y factible, el problema es que se trata de un océano rojo donde la competición es voraz por atraer a ese ansiado talento digital y los argumentos de seducción son casi siempre los mismos. Factores como la velocidad de internet, el ocio, el coste de la vida, baja fiscalidad, infraestructuras, conexiones aéreas, conectividad, la seguridad sanitaria y jurídica e incluso el clima como alternativa más cálida, cómoda y barata para vivir en los meses fríos del año en un contexto económico de inflación y subida del precio de la energía, suelen ser algunas de las variables escogidas como argumento de venta para atraer talento.
Este potente esfuerzo no sólo se queda a nivel nacional: incluso fuera de nuestras fronteras, países europeos como Estonia, Georgia, Noruega, Malta Portugal y Grecia han lanzado programas de Visa para atraer a estos nómadas digitales. Bajo este contexto tenemos naciones, ciudades y en definitiva, ecosistemas enteros de emprendimiento, peleando por atraer a las mismas empresas de base tecnológica y a ese perfil de trabajador joven, emprendedor, cosmopolita y con un poder adquisitivo comparativamente alto, que pueda trabajar en remoto y preferiblemente fijar su residencia por varios meses al año.
Esta realidad tiene que abrir los ojos a los distintos agentes públicos para que sean conscientes de que están en constante competición por el talento, las empresas y la financiación privada y abrir un espacio de reflexión: ¿Estamos haciendo una gestión eficiente de nuestros recursos públicos? ¿Queremos un tejido productivo volátil o alternativamente uno que genere un valor e impacto duradero en el tiempo? ¿Estamos apalancándonos en la tracción y buscando sinergias con otros ecosistemas de éxito?
Sólo el tiempo dirá qué modelo productivo viene para quedarse y si este esfuerzo de dinero público surte efecto. Mientras tanto, que continúen los juegos del hambre.