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El dilema del prisionero
En muchas ocasiones, a todos nos ha ocurrido que la toma de decisiones está supeditada a nuestro propio interés y a nuestro propio momento y juicio. En el mundo profesional y personal, una simple decisión puede conllevar resultados desfavorables si no consideramos la empatía y la lealtad sobre aquello que decidimos.
Poner en práctica determinadas dinámicas al uso, desarrolla nuestro intelecto emocional y por consiguiente mejora nuestra toma de decisiones. Por ello, empezar por entender como somos con un simple juego resulta muy ilustrativo para incorporar ciertas destrezas.
Como dice un dicho popular “la verdad hace un camino hacia la traición”, pero ¿esto es verdad? El dilema del prisionero es un problema fundamental de la teoría de juegos. Podemos definir la teoría de juegos como el estudio matemático de las situaciones en que un individuo tiene que tomar una decisión teniendo en cuenta las elecciones que hacen otros. En la actualidad este concepto se utiliza muy frecuentemente para denominar a los modelos teóricos sobre la toma de decisiones, en la cual influye directamente nuestra Inteligencia Emocional.
Fue desarrollado originariamente por Merrill M. Flood y Melvin Dresher mientras trabajaban en RAND, en 1950. Albert W. Tucker formalizó el juego con la frase de recompensas penitenciarias y le dio su famoso nombre. Hoy día su utilización como dinámica pone en contexto analítico nuestra toma de decisiones respecto a los valores que como personas tenemos.
Dos prisioneros son sospechosos por haber cometido conjuntamente un delito. La sentencia máxima por el delito cometido es de 20 años. Los dos sospechosos han sido arrestados y de manera separada a cada uno de ellos se le ofrece el mismo trato. Si uno de ellos confiesa que el delito lo han cometido conjuntamente y su cómplice guarda silencio, los cargos sobre el que confesó quedarán anulados, es decir, no tendrá condena alguna pero su cómplice obtendrá una condena de 20 años. Si ambos guardan silencio o lo que es lo mismo no se confiesan culpables, ambos obtendrán una condena de 1 año, pero si los dos confiesan el delito, entonces ambos obtendrán 5 años de prisión.
Los sospechosos no pueden hablar entre si antes de ser interrogados ni pueden estar mirándose. ¿Cómo actuarán cada uno de ellos bajo la presión del interrogatorio? ¿Confiarán el uno del otro?
Esto es lo que se llama el Dilema del Prisionero, una clásica adivinanza en un juego estratégico. Los dos sospechosos pierden si ellos optan por la solución más obvia. Si ellos mismos se confiesan culpables, conseguirán cinco años de prisión. Ellos obtendrían mejores resultados si guardan silencio, solo un año de prisión, pero por otro lado si solo uno de ellos se confiesa su culpabilidad y el otro guarda silencio, la pena será de veinte años para el segundo y la libertad para el primero.
Confesar es una estrategia dominante para ambos jugadores. Sea cual sea la elección del otro jugador, pueden reducir siempre su sentencia confesando. Por desgracia para los prisioneros, esto conduce a un resultado regular, en el que ambos confiesan y ambos reciben largas condenas. Aquí se encuentra el punto clave del dilema. El resultado de las interacciones individuales produce un resultado que no es óptimo.
En el sentido de eficiencia de Pareto; existe una situación tal que la utilidad de uno de los detenidos podría mejorar (incluso la de ambos) sin que esto implique un empeoramiento para el resto. En otras palabras, el resultado en el cual ambos detenidos no confiesan domina al resultado en el cual los dos eligen confesar.
Adam Smith argumentó en el S. XVIII que las personas son intrínsecamente egoístas. Si ocurriese una catástrofe a miles de kilómetros de donde nos encontramos en donde cientos de personas falleciesen, seguramente no nos quitaría el sueño esa noche. Sin embargo, si tuviesen que cortarnos un pie o una mano, si que nos lo quitaría. Por otro lado, ¿qué ocurriría si con el corte de nuestra mano pudiésemos salvar a todas esas personas?
El Dilema del Prisionero es un ejercicio en donde la lealtad y la benevolencia juegan un papel fundamental para demostrar que efectivamente el ser humano no tiene por qué ser intrínsecamente egoísta. Si anteponemos lo racional o lo emocional y no buscamos un equilibrio entre ambos, seguramente seamos de los que pensamos, ¿Cuántas veces seguiré haciendo favores a alguien sino recibo nada a cambio, ni siquiera un simple agradecimiento?
¿Y tú?¿Qué confesarías?